Discrepar sin odio
OPINIÓN
DISCREPAR SIN ODIO
ESCRITO POR: RAFAEL NARBONA*
Aunque muchos no lo crean, la izquierda necesita a la derecha y la derecha a la izquierda. Al menos en un país democrático. Evidentemente, esa necesidad recíproca es incompatible con los radicalismos. Formulo de nuevo la tesis del principio: la izquierda democrática necesita a una derecha democrática y la derecha democrática a una izquierda democrática. Desgraciadamente, desde los ochenta la derecha se ha vuelto cada vez menos democrática. El neoliberalismo ha debilitado mortalmente el Estado del bienestar, arrojando al desamparo a millones de personas. Más tarde, el neoliberalismo ha girado hacia el nacionalpopulismo, asimilando las tesis de la ultraderecha: racismo, xenofobia, machismo, autoritarismo, priorización de la seguridad sobre la libertad, patriotismo de cartón piedra. Donald Trump es el máximo exponente de ese fenómeno.La izquierda no ha girado hacia el extremismo, salvo en casos poco significativos, pero en los ochenta y los noventa le dio la espalda a la clase trabajadora, adoptando las tesis del neoliberalismo. Ese hecho creó una crisis de identidad en su seno, que algunos intentaron resolver mediante las políticas identitarias, pero ese recurso no ha resultado convincente para la clase trabajadora, que se ha sentido más atraída por la exaltación de los valores tradicionales (familia, patria, religión) de la ultraderecha. La izquierda posmoderna ha oscilado entre la reivindicación de los viejos fetiches revolucionarios, ignorando las lecciones de la historia (el archipiélago Gulag, las fosas de Katyn, la primavera de Praga), y las ocurrencias menos afortunadas, como la cultura de la cancelación o la neolengua que introduce absurdos neologismos (todes, niñes).
La polarización no cesa de crecer y cada vez deteriora más la convivencia. Ya se empieza a percibir cualquier discrepancia como una agresión intolerable. El adversario ideológico se ha convertido en enemigo y se le deshumaniza sin piedad. Cualquier forma de pacto o negociación se considera una traición. Se escupe sobre la moderación y se sueña con un mundo homogéneo. La única forma de revertir esta catástrofe pasa por promover una cultura del diálogo. No sería deseable una sociedad monocolor. La alternancia política es sana. Por eso, la izquierda y la derecha se necesitan mutuamente, pero solo podrán mantener una relación fructífera desde posiciones democráticas. Gracias al consenso, surgió el Estado del bienestar durante la posguerra del 45. El keynesianismo y el ordoliberalismo o Escuela de Friburgo aportaron una nueva visión de la política, la economía y la sociedad que alumbró la economía social de mercado. A estas alturas, una economía planificada es tan indeseable como una economía totalmente desregulada. La primera conduce al colapso; la segunda, al caos.
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Las redes sociales, aficionadas los mensajes esquemáticos, se muestran poco permeables a la reflexión y el debate, pero su influencia crece exponencialmente día a día. No se les puede dar la espalda, despachándolas como simples cloacas. Se suele arrojar sobre las espaldas de los políticos la responsabilidad de crear un orden social más justo y se olvida que los ciudadanos también desempeñan un papel esencial en esa tarea. Pidamos a los políticos que dialoguen y dejen de chapotear en el fango, pero eso no será posible si los ciudadanos no se esfuerza en crear un clima donde el exabrupto, la consigna y el odio sean reemplazos por el razonamiento, la autocrítica y la comprensión. Raymond Aron era conservador y Jean-Paul Sartre, marxista existencialista, pero eso no les impidió estrecharse la mano y polemizar sin menoscabo de su aprecio mutuo.
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